25.2.11

¿Quién escribe nuestro deseo?

Llega un momento en la vida en que las personas nos preguntamos por nuestro deseo.

Un instante fugaz o un período más insistente que de repente llega y  te pone en cuestionamiento la vida que llevas. Lo que haces. A lo que te dedicas. Cómo eres.

Esta es, a veces, la razón que lleva a muchas personas a buscar  psicoterapia. Personas que llegan con una interrogante abierta, no ceñida a un motivo de consulta más estrecho o más constreñido por un síntoma.

En otras ocasiones esta pregunta no es el disparador para buscar ayuda. Entonces se accede a la psicoterapia por otros motivos, por otros síntomas más pegados a la cotidianidad. Pero con el proceso, es muy probable que la pregunta surja.

Y esta pregunta no deja indiferente porque cuestiona el deseo y nuestra construcción como sujetos.

A veces este cuestionamiento se acompaña de un sentimiento de angustia. Otras, de una tristeza aplastante. En ocasiones también existe una vivencia de estar perdido. La sensación es de extrañamiento ante la propia vida que, de pronto, se nos hace ajena, extranjera, extraña.

Norberto Marucco define la situación con un cuadro nítido: "la imagen de un niño atrapado por una historia que no le pertenece. Entonces el destino está. Está ahí, ni más allá, ni más acá... y en realidad se enmascara en los proyectos de vida. Máscaras que ocultan una tragedia: no vivir el propio deseo".
 
Es un momento trágico. Saberse viviendo una vida ajena, remueve. Pero también es un momento fértil. De búsquedas propias, de reescritura.
 
La imagen es la de un guión donde los papeles están diseñados de antemano. Y el puño que ha escrito esas líneas no es el propio. La caligrafía es otra: De la madre y del padre.
 
Cada hijo nace ya con su libreto. Un guión que los padres, sin saberlo, han construido. Desde sus propios deseos, hacen al hijo depositario de ese destino: "Serás importante". "Nunca serás feliz". "Serás un luchador incansable". "Sufrirás con los amores". "No llegarás a nada". Y ese oráculo termina cumpliéndose. Sin cuestionarse. Sin rebatirse. Hasta que un día, la sensación de extrañeza hace su aparición y sacude los pilares.
 
Es entonces el tiempo de la reescritura. Esta vez sí. Con la propia pluma. Con la propia letra.
 
No es una tarea fácil, desde luego. Consiste en vencer al destino, ese destino impuesto y trágico que es deseo de los padres para hacerse dueño, plenamente, de la propia vida.
Escrito por Esther Roperti

4 comentarios:

  1. Que interesante y didáctico está este artículo; entonces esto quiere decir que los hijos triunfadores son porque los padres hacen hincapíe en esto, pero también para lograrlo en un porcentaje alto hacen sufrir y frustrar a sus hijos, no los deja ser ellos buscando sus propios deseos para llegar triunfadores y con gusto. También se puede pensar que los padres quieren lograr con sus hijos los triunfos que ellos no pudieron obtener?.

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  2. No sólo que los padres hagan hincapié. Sino porque este deseo de las padres se coloca sobre el hijo como si fuera su deseo propio. Ese es el drama. Que los hijos no sienten que lo hacen por sus progenitores. Creen que ese es su destino. No se vive como una opción, sino que ese mandato tiene fuerza de oráculo.
    Por eso es importante descubrir esos entramados. Liberarse de ello, para encontrar preguntas propias. Y ese proceso suele durar años. Todo lo que implica una reconstrucción.

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  3. Y en algunos casos, el individuo, después de haber identificado sus patrones, puede pasarse la vida entera descomponiendo cada máscara impuesta por la madre y/o el padre, en una suerte de deconstrucción indetenible y que al mismo tiempo toma el espacio existencial del ser que no se es.

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  4. Sí. Identificar esos patrones es una tarea árdua y compleja. Pero descomponerlos, y desde ahí construirse como sujeto dueño de su deseo, requiere un gran esfuerzo.
    En esa tarea, la transferencia que se establece en el espacio terapéutico es el gran terreno de trabajo.
    Para finalmente ser sujeto. Para hacerse con la vida. Para adueñarse de ella.

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