13.2.11

Homosexualidad


Hace unos días leía un reportaje sobre la homosexualidad en Africa. En ese artículo se recordaba a Steven Mojenza y Tiwonge Chimbalanga, condenados a 14 años de prisión en Malawi por atentar, con su relación de pareja, contra la moral, la cultura y las leyes.

También se mencionaba a Uganda, país donde está pendiente de aprobación una Ley que condena a muerte a los homosexuales.
Recordé igualmente al poeta Reinaldo Arenas, perseguido en Cuba por su homosexualidad en las décadas de los 70 y de los 80.
Me vino a la cabeza lo ocurrido en Venezuela en Noviembre de 2010, cuando "unos desconocidos" tacharon el graffitti que ilustra este post.
Pensé también en quienes hoy en día, en esta España actual, acuden a ayuda psicoterapéutica para "cambiar" su orientación sexual. Madres preocupadas que solicitan evaluaciones, aterradas antes cierta posiciones de sus hijos.
Durante mucho tiempo la sexualidad ha sido leída como sinónimo de genitalidad y de procreación. Desde esa postura, la actividad sexual no se explica a partir del placer, sino desde la necesidad de concebir. Es mera unión de genitales femeninos y masculinos. Simple biología.
En ese discurso, la relación homosexual, o cualquier otra práctica no orientada a la procreación, es antinatural. Es aberrante.
Freud, hace ya bastantes años, basándose en una visión diferente, desde la búsqueda de placer, separó sexualidad de genitalidad. Sexualidad de procreación. Y desde allí, creó un discurso mucho más amplio que explica el goce a partir de otras zonas corporales, de otras prácticas.
La sexualidad, desde allí, comparte dos ejes: No se define por una necesidad, es decir, no está determinada por una actividad necesaria para la supervivencia (como la alimentación); y tiene un soporte corporal, es decir, se satisface a partir de un placer físico.
En el discurso psicoanalítico, la sexualidad pertenece también a la infancia. El bebé, con el chupeteo, primera actividad orientada a la satisfacción más pura, muestra la capacidad gozosa del ser humano.
Y ese bebé sexual, que chupetea por puro goce, construirá su sexualidad adulta en sus primeras experiencias.
Hablamos del triángulo: niño-mamá-papá. Ahí, en esa tríada, se fomarán las identificaciones y los esquemas que definirán al futuro adulto.
Las experiencias de esos primeros tiempos, de los largos años infantiles, marcarán la ubicación del niño en dos preguntas complejas que lo construyen: Con quién te identificas. A quién deseas.
Y esa construcción, como las columnas que sostienen cualquier edificación, son inamovibles.
Situar la sexualidad desde el goce, permite concebir el placer como algo netamente personal. Estructurante, humano e individual.
Por eso, aunque existan personas que acudan a psicoterapia para "cambiar" su orientación sexual, sabemos que la homosexualidad no tiene "cura".
El camino pasa, entonces, por la aceptación. Por hacerse con ello. Por aprender a vivir, a gozar, a disfrutar con ello.
Escrito por Esther Roperti.