
Lo que nos enseña el trabajo con adolescentes es que para procurar que afloren las preguntas o los cuestionamientos que se hace un joven o una joven cualquiera, el psicoterapeuta debe escuchar lo que él o ella tienen que decir acerca de los diferentes elementos que le son de interés: la música que escucha, las revistas que lee, las anécdotas sobre las cosas que realizan con los amigos, sus aficiones, etc. A partir de estas ideas empezamos a trabajar para así significar lo que esta detrás de ellas, para intentar hacer con el joven un análisis diferente.
Lograr que el chico o la chica se hagan preguntas sobre lo que les pasa, constituye el primer objetivo central del tratamiento pues vendrá a orientar el sentido de las intervenciones que se realicen luego, permitiendo, además, poder avanzar con el sujeto hacia una comprensión mas profunda de lo que le pasa.
Pensar, reflexionar, meditar, son posibilidades humanas que hay que desarrollar para poder hacer frente a las contingencias y avatares que se nos presentan. Vivir el presente apresuradamente resta tiempo para dedicarse a razonar y darle sentido a los hechos.
Es interesante observar cómo algunos adolescentes asocian el pensar y el meditar con el sufrir, increpándonos usualmente con frases como “no me rayes” cuando les pedimos que reflexionen en torno a un tema en particular, sobre todo si dicho tema toca puntos sensibles para ellos.
El proceso terapéutico se dirige, en suma, a conducir paulatinamente al adolescente a plantearse importantes interrogantes: qué pasa en mis relaciones con los otros; cómo vivo el amor y la sexualidad; cómo hago frente a las pérdidas; qué me queda después de las emociones de vértigo; cómo concibo el futuro; qué da sentido a mi vida.