7.7.11

Pedófilos

Cuando se aborda el difícil tema de la pedofilia, generalmente se ubica el objetivo de enfocar al niño víctima.

Y está claro que esta perspectiva es lógica. Se trata de entender el sufrimiento de un pequeño sometido a prácticas de naturaleza sexual a manos de un adulto.

Pero hoy deseo girar la cámara y dirigir la mirada hacia el agresor. Hacia ese adulto que consigue placer a partir de su vinculación sexual con un niño o una niña.

Cuando hablamos de un niño abusado surgen preguntas y deseos de protección.

Cuando hablamos de un adulto pedófilo nos invade la rabia y surgen muchas preguntas.

¿Cómo se explica la pedofilia? ¿En qué consiste? ¿Cómo se produce?

En importante comenzar definiendo qué es un pedófilo. Etimológicamente, esta palabra remite al amor por los niños. Pero no se trata de un amor cualquiera. Se trata de un amor sexualizado. Es decir, estamos ante un adulto que se inclina sexualmente por pequeños y pequeñas de corta edad.

Aunque a veces se usen como sinónimos, los términos pedofilia y pederastia no son equivalentes. Porque en la pedofilia existe un componente afectivo, de amor (erótico, sí, pero amor al fin y al cabo) que está ausente en la pederastia. En la pederastia todo se restringe más al terreno sexual, lo que convierte a estos sujetos en más proclives a dañar a su objeto.

Un pedófilo, entonces, es un adulto que ama a los niños. Y que los ama sexualmente. Que tratará de acercarse a ellos para consumar su amor a partir de un vínculo sexual, ya sea a través de la exhibición, el tocamiento o la concreción de una relación sexual completa.

Para entender qué le ocurre a un pedófilo, tenemos que partir de que la sexualidad humana es un proceso complejo que pasa por diferentes etapas de desarrollo. Que evoluciona, y que es tremendamente sensible a los avatares personales de la historia individual.

Llegar a una sexualidad adulta requiere pasos diferentes.

Y en el caso de la pedofilia, algo ocurre en esa historia para que la sexualidad quede fijada a niveles infantiles. Eso que ha ocurrido se refiere a hechos traumáticos en la propia niñez, tan abismales y duros que son capaces de detener el desarrollo sexual y que fijan la líbido a etapas infantiles.

Hechos traumáticos. Fuertemente dañinos. Que tienen la capacidad de detener el desarrollo psicológico. Hablamos en muchos casos de abusos físicos o psicológicos. Abusos repetidos y crueles.

En muchos casos estos hechos traumáticos, estos daños, se desencadenan en el escenario del hogar o en otros contextos donde otro adulto ejerce un dominio sobre el niño.

En muchos casos, ese abuso ha sido de carácter sexual.

Es decir, el pedófilo del presente fue probablemente víctima en el pasado.

Todo los abusos que implican a la sexualidad son complejos, porque la sexualidad es terreno de satisfacción. Y existe un placer físico que se desencadena aún cuando el resto del escenario sea violento.

Si a esto sumamos el amor que siente el pedófilo por el niño objeto, amor enfermo pero real, que el niño siente e identifica, podemos concluir que el contexto de la relación pedófila es especialmente complicado.

Ese niño, entonces, podrá repetir en la adultez la relación sexualizada con otro niño. Identificándose con su agresor. Es decir, ocupando el lugar de aquel que lo dañó como una búsqueda de reordenar la escena.

La psique, de nuevo en este caso, funciona en cadena: repites en otro aquello que viviste, que repetirá en otro aquello que vivió, que repetirá en otro...

Por eso en los casos de pedofilia, la acción real que salvaguarde al pequeño de volver a ser abusado y el tratamiento psicológico son fundamentales. Para desenroscar aquello que ha quedado atado y permitir que el desarrollo sexual continúe.

Pero cuando se trata ya de un adulto, las perspectivas son bastante oscuras.

Los diferentes estudios señalan el fracaso de la aplicación de diversas técnicas terapéuticas. La farmacología se limita a inhibir el impulso. Las técnicas de modificación de conducta tienden a fracasar. También el psicoanálisis se muestra insuficiente para modificar el entramado de la sexualidad.

No obstante, el psicoanálisis sí puede alcanzar un objetivo: apuntar a que el sujeto pedófilo llegue al convencimiento de que su cura pasa necesariamente por su decisión de abandonar su forma de goce. Que aunque siga existiendo el deseo, en nombre del amor real, se abstenga.

Y esta aspiración es difícil. Y suficiente.

Para terminar, dejo un trozo de una película inquietante. Happiness, dirigida por Todd Solondz. Donde se ficcionaliza  el discurso de un pedófilo.
Escrito por Esther Roperti.