1.2.11

La pederastia

Los medios de comunicación, casi a diario, hacen referencia al abuso sexual a menores.
A veces las noticias son tranquilizadoras. Cuando, por ejemplo, la policía logra desarticular una red de pederastia.
Otras veces lo que relatan los periódicos nos impacta. Cuando se habla de las pequeñas víctimas, de su sufrimiento.
Muchas veces, la acción de la policía es posible gracias a la participación de la gente común. Personas que se topan con imágenes terribles en internet y que acuden a la justicia.
El abuso a niños es una de las más monstruosas situaciones que puedan imaginarse. Tiene tal carga de violencia, daño, sinsentido y fragilidad que lesiona también a quién se convierte en involuntario espectador de tales escenas.
El problema es que el abuso muchas veces es invisible. Y en gran número de casos es cometido por personas cercanas al menor.
Los niños no suelen hablar de ello y cargan, silenciosamente, con la experiencia de vejación a la que son sometidos.
Por eso hay que saber escuchar a los niños.
Esto pasa, necesariamente, por la disposición a oírlos, en primer lugar, y en segundo, por estar atentos a ciertos signos que delatan el abuso.
Cambios en el comportamiento, retraimiento, temores nocturnos, conducta sexualmente deshinibida, actitud temerosa, pueden ser indicativos.
Pero sobre todo es en el juego y en la producción gráfica donde los niños plasman su realidad. No hay que olvidar que el lenguaje verbal  pertenece a la adultez, se desarrolla lentamente, y en cambio, la actividad lúdica es propia de la infancia.
Detectar una situación de abuso requiere dos actuaciones inmediatas.
La primera es de índole judicial: hay que separar al niño de su agresor. Cortar la cadena, porque el abuso siempre se escribe en plural, se repite, reincide.
Consecuentemente, también es indispensable castigar al agresor, porque un pederasta puede cambiar de víctima, pero ejercerá nuevamente su forma de sexualidad, consistente en elegir pequeños niños como objetos de su daño.
En segundo lugar hay que atender las profundas heridas que el abuso genera. Graves lesiones físicas y psíquicas que marcan el devenir posterior del niño. Que dejarán una cicatriz dolorosa y amarga el resto de la vida.
Haber sido víctima de pederastia devendrá en desconfianza hacia el otro; causará trastornos en el ejercicio de la sexualidad adulta y arrastrará otros malestares: depresión, autoimagen negativa, ansiedad.
En estos casos, la psicoterapia es una absoluta prioridad.
Escrito por Esther Roperti