6.4.11

Los hijos de las parejas rotas

Las formas familiares han cambiado. Cada vez es más frecuente encontrar familias cuya estructura dista mucho de aquel núcleo tradicional formado por padre, madre e hijos, todos conviviendo bajo el mismo techo.
Por diversas razones sociales, culturales y económicas, muchas parejas se rompen, se rehacen, se multiplican. Y es entonces cuando ciertos conceptos tradicionales tienen que modificarse.
En muchas ocasiones, los psicólogos somos requeridos para evaluar o iniciar tratamiento psicoterapéutico por los daños que los niños han sufrido como consecuencia de la separación de los padres. Y es que muchos niños, efectivamente, resultan íntimamente dañados por la ruptura.
El quiebre de la pareja parental es un cambio. Una realidad que necesita un proceso de adaptación de todos los miembros de la familia, por supuesto. Pero no tiene por qué constituir una experiencia traumática que lesione al niño.
Toda separación está sostenida sobre el conflicto. Algo que se había construído se rompe, y eso conlleva sentimientos de frustración y de rabia.
Este conflicto puede sostenerse sobre la negociación adulta, sin caer en luchas encarnizadas.
También puede vivirse de una forma dramática, transformando la vida en un escenario para destruir al otro. Para acabarlo. Y entre las herramientas del ataque, además de lo económico; de las posesiones materiales comunes; del prestigio social del o de la ex, en muchas ocasiones se ubica a los hijos como un arma arrojadiza.
La separación implica un fracaso. Una pérdida. Requiere la elaboración de un proceso de duelo y conlleva una revisión personal donde se evalúen las razones que provocaron la ruptura.
Y en ese proceso, puede ocurrir que las responsabilidades se coloquen fuera: "Me falló" "Nunca me entendió" "Siempre fue un (una) egoísta".
Muchas personas, entonces, desean una alianza con el hijo. Sienten al otro progenitor como una amenaza en el vínculo paterno-filial y comienzan las descalificaciones, las críticas, las quejas, las presiones para que se rompa la relación del niño con el otro: "Nos dejó" "Ya no nos quiere" "Quiere hacer una vida sin nosotros". Y en ese uso del plural, el hijo es colocado como parte de una guerra que no le concierne.
Cuando un padre o una madre actúan así, están ignorando la emocionalidad del niño y ahí, justamente, se produce el daño.
El niño necesita a su madre y a su padre. Necesita el triángulo. Y la ruptura de la pareja no tiene por qué implicar una pérdida de sus apegos.
El niño parte de ambos. Ama a ambos. No tiene por qué elegir. Y sabe, internamente, que es una mezcla de los dos. Por eso, si papá se convierte en un ser malo, abandónico, egoísta, que hace llorar a mamá, una parte del propio niño también resulta menospreciada.
Si mamá es una mala persona, una pesada que le ha destrozado la vida a papá, una parte del niño también se lesiona.
Pero no hay lugar para la duda: lo que daña no es la separación. Lo que puede constituir una herida profunda y dolorosa es la manera en que ese proceso es llevado por los adultos responsables.
Escrito por Esther Roperti.

3.4.11

Historias robadas

Quisiera continuar con el tema tratado en el post anterior y hacer ahora un recorrido adicional, considerando en esta oportunidad las implicaciones que las adopciones ilegales tuvieron también para los propios niños robados.


Efectivamente, como bien señala Carolina Álvarez, las monjas, los curas, los médicos y las enfermeras involucrados en esta trama de adopciones ilícitas jamás se detuvieron a pensar en el sufrimiento que ocasionaban a los padres biológicos de los niños, y mucho menos aún en las repercusiones que tales adopciones tendrían en la vida de estos niños.

Los testimonios de los que da cuenta el diario El País, proporcionados por los ahora adultos víctimas de estas adopciones, son muy variados. Por una parte, están aquellos que tuvieron la suerte de tener unos padres adoptivos amorosos, quienes incluso acertadamente les hablaron de su condición de niños adoptados. Por otra parte, los que eran adoptados con el único propósito de que posteriormente pudieran actuar como cuidadores de sus propios padres adoptivos. No obstante, en todos los relatos hay un elemento en común, esto es, la vivencia de que una parte importante de su vida les fue arrebatada: la historia de sus orígenes.


Para la mayoría de estos niños adoptados irregularmente, preguntas legítimas como ¿de dónde vengo?, ¿quiénes son mis padres biológicos?, o ¿por qué me entregaron?, no tienen respuesta. Porque los únicos dueños de esa información han venido a ser las personas que traficaban con estos niños.


La adopción es un proceso legal que permite a los niños que por alguna razón perdieron a sus padres o que fueron entregados por estos, la posibilidad de acceder a una familia y, al mismo tiempo, da a unos adultos la oportunidad de hacer realidad su deseo de ser padres A nivel psicológico, tanto para los padres como para los hijos, es ese deseo, más el amor originado a partir de él, lo que permitirá que se establezca un vínculo entre unos y otros. La garantía ofrecida desde los organismos que se encargan de tramitar la adopción, basada en la mayor transparencia posible en todos los aspectos del proceso, estaría orientada a fomentar este vínculo.


El niño adoptado, como todo niño, se pregunta siempre por su lugar en el deseo de los padres. Necesita asegurarse de que él ocupa ese lugar de hijo para los padres, y al mismo tiempo tiene el derecho inalienable de saber sobre sus padres biológicos, de conocer su historia, de que sus preguntas no queden sin respuesta.