Aquí estamos. Europa, en pleno siglo XXI. Múltiples avances en la ciencia, en la medicina, en la tecnología, en las telecomunicaciones, en el urbanismo de las ciudades. Avances y logros enfocados en su mayoría a consolidar lo que se conoce como el estado de bienestar. El primer mundo contempla a sus vecinos, menos afortunados, menos desarrollados y se horroriza, lógicamente, por la existencia aún hoy en día de ciertas prácticas religiosas como la ablación, practicada a muchas niñas de algunos países de África y Oriente Medio, o la lapidación de mujeres en Irán como pena en caso de adulterio.El horror ante dichas prácticas y la necesidad consecuente de intervenir a través de diversas organizaciones como Amnistía Internacional para frenar y detener este tipo de prácticas, es algo que la mayoría considera fundamental e imprescindible.
En este escenario, no deja de resultar sorprendente como aún hoy en día, en este nuestro mundo “desarrollado”, puedan sostenerse, en el discurso social, estigmas y prácticas sociales excluyentes contra las personas contagiadas VIH. Ni tampoco que aún hoy en día se considere a la enfermedad mental como algo que deba esconderse por temor al rechazo social.

