9.3.11

Entender la adolescencia

Para muchos padres, la llegada de su hijo a la adolescencia se convierte en un proceso desconcertante. Es como si, de repente, el niño que conocieran dejara de existir y apareciera en escena un joven con quien les resulta difícil hablar y al que, en ocasiones, no logran comprender.

Es cierto que el proceso de la adolescencia implica cambios subjetivos para el sujeto, pero estos cambios no suponen, necesariamente, una crisis y mucho menos aún llevan aparejada consigo una ruptura del vínculo con los padres. El adolescente necesita separarse de los padres para poder constituirse como adulto, pero así como exige un espacio donde moverse con independencia, demanda también límites y la seguridad de saberse querido y aceptado por sus padres.

La adolescencia viene a ser un proceso de ajuste y reajuste entre lo psicológico, lo biológico y lo social. Un tiempo que conlleva tanto una permanente elaboración subjetiva que es propia y particular de cada joven, como una reedición de los conflictos infantiles que requieren ahora una decisión en términos de identidad sexual y el escogimiento del objeto sexual. La pregunta sobre qué es ser hombre o qué es ser mujer y la elección de pareja forman parte de las cuestiones cargadas de angustia que enfrenta el sujeto adolescente, cuestiones a las que, paulatinamente y en función de su propia historia y recursos, irá dando un lugar.

El proceso supone siempre una continuidad entre el niño que se va dejando de ser y el joven que se está constituyendo. Implica, además, una serie de tareas a las que el joven debe dar respuesta dado que no se trata de una crisis que irrumpe de manera sorpresiva durante el desarrollo.

Los padres también han de realizar algunos ajustes: revisar y flexibilizar ciertas normas, permitir la creación de un espacio de intimidad necesario para el joven, sostener los límites y la posición de autoridad adecuándose a las nuevas situaciones, mostrar interés por las actividades que el joven realiza, estar dispuesto a escuchar, a negociar.

Usualmente encontramos que, tras una crisis familiar aparentemente precipitada por el comportamiento de un hijo adolescente, se revela que el problema familiar o personal suscitado existía con anterioridad. La incomunicación, la poca tolerancia a la frustración, los arrebatos de violencia, la deserción escolar, la vinculación con otros jóvenes problemáticos, no son, en ningún caso, manifestaciones propias de la adolescencia sino, por el contrario, síntomas de una dificultad particular de un joven, lo cual, en ocasiones, viene a denunciar también la existencia de una conflictiva familiar.

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