4.5.12

La necesidad de respuestas.

Hace unos días veía un documental sobre personas desaparecidas.

Presentaban diferentes casos y entrevistaban a los familiares.

Una frase que se repitió y que me quedó grabada en la cabeza, venía a expresar con rotundidad la necesidad humana de respuestas: Varios entrevistados afirmaban que preferían saber que su hijo, madre, hermano o pareja había fallecido antes que seguir en la incógnita.

Estas palabras me llevaron a reflexionar sobre la imperiosa necesidad de saber.

Pensé en los enfermos a quienes se les oculta la gravedad de su estado.

Pensé en los niños a quienes se les niega información bajo la premisa de que no se enteran.

En ambos casos, un afán protector funcionando como velo que tapa la realidad.

Y en mi cabeza resonaba el decir de esas personas imbuidas en la angustia de las interrogantes.

La realidad es una. Contundente. Está ahí y hay que hacerse con ella. Negarla o dejar de mirarla, no la transforma. Lo mejor que se puede hacer, en cada caso, es conocerla y adaptarse a ella.
Pero para que eso sea posible, es necesario poder descifrarla, contar con los datos.

Cuando la realidad es desconocida, el terreno de las fantasías se abona. Y entonces comienzan las largas travesías de posibilidades, que por lo general, sobrepasan lo terrible que puede ser la más dolorosa verdad.

Por ejemplo, en el caso de padecer una desaparición, el no saber del paradero del ser querido puede dar lugar a ideas de que estará sufriendo, siendo víctima de torturas, impedido de comunicarse. También pueden aparecer fantasías de que se fue por su propio pie y por alguna razón no quiere el contacto, con los sentimientos de culpa que eso conlleva. Y junto a estas hipótesis, la espera agónica de que suene el teléfono, de que se oiga la llave en la puerta, de que todo se resuelva.

En el caso del enfermo, las fantasías pueden encaminarse a una muerte dolorosa y una larga agonía, o una invalidez permanente, o por el contrario, a una idea esperanzadora de sanación absoluta y mágica.

En cuanto al niño, que sí percibe lo que ocurre al rededor porque está provisto de órganos de los sentidos que captan el mundo, aquello de lo que no se habla puede dar lugar a fantasías egocéntricas en relación a su responsabilidad sobre lo que está ocurriendo.

Y en medio, el deseo de que todo vaya bien, la esperanza de una solución mágica que no permite elaborar los duelos que son necesarios.

El familiar de la persona desaparecida clama por una respuesta. Sea incluso, la más temida. Porque si se sabe a ciencia cierta que el ser amado ha fallecido, puede elaborarse esa pérdida, pueden hacerse rituales de despedida, puede cerrarse un capítulo vital y mirar otros horizontes.

El enfermo clama por una respuesta. Sea incluso, la más temida. Porque si se sabe que la vida está próxima a extinguirse podrán cerrarse proyectos, organizar cosas para los que quedan, despedirse.

El niño clama por respuestas. Porque necesita saber que aquello que ocurre no ha sido producido por él. Y necesita contar con unos adultos que escuchen sus preguntas y respondan, y calmen.

La realidad siempre acaba imponiéndose. Puede causar dolor y miedo. Angustia y tristeza. Pero es una sola.  Y hacerse con ella, por más terrible que parezca, resulta tremendamente tranquilizador.


4 comentarios:

  1. Cuando el problema está planteado, siempre es mejor saber lo qué sucede. Muy bueno!

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  2. Gracias, Marcelo.
    Siempre tranquiliza saber. De ahí que en regímenes políticos devastadores, "las desapariciones" hayan sido un arma de guerra de tremendo poder destructor.

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  3. Sí. Y ya se sabe que esas heridas tardan en cerrarse. Muchos años después, esos duelos no elaborados, que no pueden elaborarse porque falta la certeza final, siguen marcando la vida.

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