30.1.10

Escuela, autoridad y violencia

Junto con el hogar, la escuela constituye el espacio en el cual se transmiten las exigencias que un individuo cualquiera debe aceptar y acatar para alcanzar una articulación armónica dentro del mundo social de las relaciones.
Ante la sociedad, la escuela no sólo es la encargada de garantizar el aprendizaje, esto es, la adquisición de un conjunto determinado de conocimientos, conductas y destrezas sino también es responsable de permitir, a través de la enseñanza, la identificación a los ideales simbólicos instituidos por el Otro social. Es en este punto, donde cobra importancia el educador al ocupar para el educando un lugar que se articula con el ideal del yo.
De un tiempo a esta parte, el lugar del educador ha sufrido un deslizamiento tal que se hace difícil para el estudiante identificarse con él, perdiendo aquél su capacidad como vehículo para el aprendizaje. No se trata solamente de que haya perdido autoridad frente a sus alumnos sino, y esto es lo más importante, que en muchos casos no se ve impulsado por ningún deseo en relación con sus alumnos, limitándose tan sólo a una vacía y repetitiva exposición de contenidos que no incita el deseo de aprender en quien la recibe.
En relación a la pérdida de autoridad, nos encontramos con el mismo corrimiento que ha venido ocurriendo con el lugar de las figuras parentales (no en balde el maestro es el sustituto simbólico de los padres, recordemos la frase “la escuela es el segundo hogar”), en el sentido de haber pasado de una postura autocrática a una postura de laissez faire, laissez passer. Es responsabilidad también, en muchos casos, de los padres, quienes en un intento de tapar las fallas tanto de sus hijos como de ellos mismos, descalifican al docente, restándoles poder para prohibir o sancionar.
Otro punto importante involucra a la escuela como institución. En muchos casos, no encontramos un marco simbólico coherente que sirva de guía tanto a alumnos como a profesores para solucionar las diversas situaciones de impasse que se puedan presentar entre ambos. Estos marcos simbólicos, presentados habitualmente bajo la forma de reglamentos, ocupan el lugar de una ley de referencia superior para unos y otros y tienen como finalidad última evitar que educadores y educandos queden atrapados en una relación imaginaria (en lo que coloquialmente conocemos como un “tú a tú”). En relación con el tema que nos ocupa, encontramos que no existe un tratamiento adecuado de los comportamientos violentos, recurriéndose casi siempre, como sanción única, a la expulsión temporal o definitiva del estudiante sin que medie, por lo general, un análisis detenido de la situación que incluya el escuchar al autor del hecho violento. Usualmente, las actuaciones violentas más serias no se presentan de forma repentina o explosiva, sino que vienen antecedidas de otras menos flagrantes ante las cuales no se ha respondido ni adecuada ni oportunamente, creándose así un efecto de “bola de nieve”. Evidentemente, lo adecuado y oportuno implica de por sí el trámite simbólico de los acontecimientos.

Oscar Lebrun y Marisol Valado

2 comentarios:

  1. Lo que hace falta es que los padres, de una vez por todas, entiendan que la violencia en el Instituto no es solo un problema del Instituto, y que, como padres se enteren de que hacen sus hijos.

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  2. Si es cierto, el problema es muy complejo y la idea es no sólo centrar la mirada en el hecho violento, sino entender qué es lo que esta detrás de esa violencia

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