Tiene en sus manos, muchas veces, la vida y la muerte.
En el caso del sida, por ejemplo, el uso de los antirretrovirales es una salvación. Pero es un tratamiento costoso, al que se puede acceder sólo en ciertos medios y lugares, mientras que en otros, la población agoniza por circunstancias económicas adversas.
Hay muchas enfermedades que pasan, necesariamente, por la medicación como cura. Y con la producción, distribución y venta de estos tratamientos (para la diábetes, para la hipertensión, para el hipotiroidismo, para las cardiopatías, para los síntomas psicóticos, etc.) los laboratorios ya están suficientemente enriquecidos.No obstante, la industria farmacéutica no se conforma, así que amplía cada vez más su campo de acción.
Basta hacer un ejercicio: escríbase en google "medicamentos para" y permítase que el programa complete la frase: la lista se multiplica, existen medicamentos para todo: adelgazar, dormir, ansiedad.
Un segundo ejercicio, complétese la frase con lo más surrealista: para mejorar la autoestima, por ejemplo, y ahí aparecen los antidepresivos.
Para se más inteligente, y encontramos los estimulantes del sistema nervioso central.
Para la timidez, otra vez los antidepresivos.
Para el duelo, para la separación, para el divorcio, para ser feliz...
Para cada escena de la vida, la industria farmacéutica ha patentado un producto que paliará las consecuencias de estar vivo.
Pero no es sólo el dinero, es también el poder.
Por eso la subjetividad en nuestros días no está de moda. Por eso cada vez hay más publicidad dedicada a promocionar productos para los usos más dispares, como dejar de fumar o acabar con el hábito de comerse las uñas, que cierra con el consabido cartel de "este producto es un medicamento".
Cuando se asiste a una psicoterapia y el terapueta, en vez de mandarnos prozac, o lexatín, o anafranil, o rivotril, se empeña en escuchar nuestra queja, en hacernos hablar sobre esa muerte que hemos padecido, o sobre las pesadillas que nos agobian, o sobre esa tristeza que nos acompaña, está actuando contra corriente. No le procura a la poderosa empresa farmacéutica un sólo euro.
Cuando se asiste a una psicoterapia y el terapueta, en vez de mandarnos prozac, o lexatín, o anafranil, o rivotril, se empeña en escuchar nuestra queja, en hacernos hablar sobre esa muerte que hemos padecido, o sobre las pesadillas que nos agobian, o sobre esa tristeza que nos acompaña, está actuando contra corriente. No le procura a la poderosa empresa farmacéutica un sólo euro.
Claro que el que sale ganado es el paciente.
Será un tratamiento más largo, porque un duelo normal, por ejemplo, tiene una duración media de dos años. Pero será sin lugar a dudas, más eficaz y respetuoso.
Es como con las medidas para adelgazar: es más fácil tomar pastillas y seguir comiendo. Pero en el fondo, todos sabemos que para bajar de peso nada más efectivo que la vieja receta: dieta y ejercicios.
La medicación para el padecimiento emocional, entonces, algodona, alivia, anestesia el dolor. No lo resuelve.
Aunque la industria farmacéutica se empeñe en demostrar lo contrario, la única manera de superar el padecimiento es hacerse cargo de él, trabajarlo y elaborarlo en psicoterapia.