Un argumento manido de los maltratadores es señalar las expresiones de amor de sus hijos como prueba de su inocencia.
Lo peor es que, en muchos casos, este razonamiento es repetido y aceptado como válido por jueces, fiscales y otras personas encargadas de tomar decisiones en torno a la relación del niño con sus padres, estableciendo un paralelismo según el cual el niño se maneja igual que un adulto. Que es simplemente un adulto pequeño. Y entonces, así como se espera que un adulto no quiera la cercanía de quien le agrede, se supone que un niño actuará de la misma manera.
Para poder entender el comportamiento infantil, es necesario conocer la mente de los niños. Su afectividad. Su subjetividad.
Y es que para los niños, siempre, y bajo cualquier condición, los padres son los referentes y las figuras de amor principal.
No importa cómo estos adultos actúen. Ni de qué manera se dirijan a sus hijos. En todos los casos el niño se pondrá en sus manos y sentirá por ellos un afecto incondicional.
Niños maltratados. Niños abusados. Aunque internamente sepan que algo inadecuado ocurre, aunque sientan miedo, rabia, confusión, estos sentimientos se entrelazarán con el amor sincero. De ahí que el daño que provocan el maltrato y el abuso ejercido por los padres, siempre deje secuelas más profundas que cuando proviene de otro no tan importante.
Los niños aprenden el mundo a partir de cómo lo muestren los adultos de referencia. De ahí que la transmisión cultural ocurra en casa. De ahí que, por ejemplo, muchos niños maltratados ejerzan de agresores o de víctimas en otros espacios.
Pero además, el vínculo padres-hijos se sostiene en una relación desigual donde el niño está desamparado, sin herramientas de supervivencia y donde depende física pero también psicológicamente de esos adultos que deberían protegerlo, cuidarlo, acogerlo. Ese desvalimiento crea un lazo indisoluble en la infancia. Hace que cualquier cosa, incluidos el dolor o la humillación sean, para el niño, preferibles a la muerte que significaría ser abandonado y dejado a su suerte.
Hoy está en pleno proceso el juicio contra José Bretón por el supuesto asesinato de sus hijos. La frase que da título a este post está recogida por los medios de comunicación como cita textual de las declaraciones del acusado.
Esperemos que los encargados de decidir sobre este caso entiendan que el hecho de que un hijo exprese amor por su progenitor no prueba otra cosa sino que es su hijo. Y que atiendan a otros datos que sí sean importantes para probar su inocencia o su culpabilidad.
Y que en otros casos donde el maltrato se esté juzgando, también lo entiendan.
Nosotros, venezolanos y europeos españoles, y venezolanos refugiados y
residentes en España, solicitamos al gobierno de España una actuación
rápida y categórica para preservar la vida y lograr la liberación de Luis
Carlos Díaz, periodista y activista por los derechos humanos en Venezuela,
quien además es un ciudadano español.
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Excelentísimo Don Josep Borrell Ministro de Asuntos Exteriores, Unión
Europea y Cooperación Gobierno de España Madrid.- Nosotros, venezolanos y
europeos es...
Hace 5 años