El quehacer como psicoterapeuta enseña muchas cosas. Uno de esos aprendizajes tiene que ver con el efecto psicológico de las fiestas o de las vacaciones.
Es un hecho que se repite que después de marcadas fechas de descanso, los pacientes vuelvan a la terapia removidos, en conflicto, con más síntomas.
También ocurre que son períodos en los que muchas personas se deciden a buscar tratamiento.
La razón es sencilla: Las mujeres y los hombres están libres de sus jornadas laborales; los niños y los chicos no tienen actividad académica, y es que en épocas de esparcimiento, las familias pasan más tiempo juntas, compartiendo acciones cotidianas que el resto de año realizan por separado. Y eso tiene sus efectos.
El contexto familiar es donde existen mayores vínculos afectivos, pero también mayores conflictos. Porque es justamente allí, en ese entramado, donde el sujeto psíquico se construye, y lo que ha ocurrido en la casa es lo que luego se repite en el resto de los espacios vitales.
Alguien, por ejemplo, puede tolerar bien su vida cuando está lleno de exigencias y rutinas diarias, pero cuando queda libre y además regresa al hogar familiar, vuelve a contactar en directo con la agresividad del padre, o la desatención de la madre, o las tragedias económicas por la ludopatía de alguna figura de referencia, o los importantes problemas emocionales de un hermano...
Ese volver a ver la realidad que nos ha acompañado impacta, porque nos resulta dolorosamente conocida..
Entonces, hablar de ese padecer, revisar sus efectos actuales y pasados, es decir, usar la psicoterapia, se hace una tarea ineludible.