23.10.09

La relación médico-paciente

Cuando el cuerpo se quiebra, cuando el malestar físico nos hace recordar nuestra mortalidad, cuando, en definitiva debemos recurrir a los servicios de salud para ponernos en manos de otros, una cantidad de elementos emocionales entran en juego.
El cuerpo es nuestra sede en este mundo y sentir que falla, que nos la juega, que ha dejado de ser un aliado, viene acompañado de una serie de fantasías.
Por un lado la fantasía de incapacidad: ya no puedo andar, o ser autónomo, o hacer una vida normal.
Por el otro la fantasía del dolor físico: esto irá en aumento, no se pasará.
También la fantasía de muerte.
El malestar físico trae consigo la experiencia de ser vulnerable. Por eso, la figura del médico, ya de por si portadora de superioridad, alcanza un significado de poder y de salvación. Ideas en torno a que este médico tiene el poder de devolvernos las capacidades, de aliviarnos el dolor, de salvarnos la vida, colocan al profesional en un lugar de admiración, respeto y hasta miedo.
El sistema sanitario español tiene muchísimas ventajas: profesionales preparados; recursos de última tecnología; organización; fácil acceso.
No obstante, se olvida un factor psicológico fundamental: todo lo que se juega en esa particular relación humana.
Todo vínculo de curación, sea con un psicoterapeuta, un médico o un enfermero, está determinado por elementos transferenciales, en el cual el paciente coloca una serie de fantasías acerca del otro. Y esa relación es con una persona concreta.
Por eso en la psicoterapia cada persona tiene "su terapeuta", o "su psicoanalista", o "su psicólogo" y no vale que un día nos atienda otro profesional aunque esté igual de cualificado.
Con los médicos ocurre lo mismo. No vale que en la consulta nos reciba un traumatólogo, por ejemplo, y nos opere otro, y en el post-operatorio nos atienda otro, aunque sean del mismo equipo.
La relación personal entre médico y paciente, en sí misma, ya tiene un factor de curación.

19.10.09

El aborto desde una mirada más íntima (II)

Cuando una mujer quiere ser madre, se despiertan en ella una serie de fantasías que varían y que suelen estar expresadas en forma de interrogantes que tienen que ver con su propia historia y con su propio cuerpo: ¿seré fértil?, ¿cómo cambiará mi cuerpo?, ¿cómo será el dolor por el parto?, ¿cómo será ese bebé?, ¿tendré la capacidad para atender y cuidar al bebé?, ¿le podré educar adecuadamente?, ¿podré volver a retomar mi independencia personal? A su vez, estas fantasías van aparejadas a diversas emociones y sentimientos: miedo, angustia, felicidad. Pero el elemento fundamental que impulsa la decisión y que la convierte finalmente en un anhelo, en una necesidad ineludible, es un deseo, el deseo de ser madre.
Para una mujer, ser madre, entonces, no puede convertirse ni sólo en una tarea biológicamente predeterminada, ni tampoco en una obligación socio-culturalmente impuesta, sino en una elección sustentada sobre un deseo personal, aunque alguna de las variables mencionadas pueda tener en ciertos momentos alguna incidencia.
El aborto provocado pone de relieve, justamente, la relación de esa mujer en particular con la maternidad y con ese deseo. Por tanto, al analizar el aborto, lo que tendríamos que preguntarnos es cómo subjetivamente esa mujer está viviendo ese embarazo y qué significaciones le atribuye, en ese momento, a la experiencia de ser madre. Por esta razón, para muchas de las mujeres que abortan, sobretodo para aquellas que lo hacen en más de una oportunidad, el aborto viene a ser un hecho sintomático que responde en cada caso a la experiencia de una historia particular y a cómo se ha construido a partir de esa historia la propia subjetividad.
Por otra parte, el aborto tiene un impacto adicional para la mujer, al tener una incidencia real sobre su cuerpo, un cuerpo que tras la intervención se resiente. En ese sentido, Laura Klein (2005) afirma: “siempre, diga lo que diga la mujer que aborta, es ella quién más lo padece”.
En el proceso psicoterapéutico, la idea es permitir a la mujer hacerse con los elementos conscientes e inconscientes que subyacen a la resolución de practicarse un aborto, es abrir la puerta a esa mirada íntima y personal que conduce a la lógica de las propias decisiones y a la lógica de la posición que se sustenta en la vida. Es esta postura la más eficaz para no reincidir en lo que nos causa dolor y sufrimiento, porque cuando no se puntualiza sobre la causa, la historia inexorablemente vuelve a repetirse.