17.6.11

El doble.

Cuando un niño está en silencio puede estar diciendo muchas cosas. Porque a veces ese silencio es obligado.

Obligado por los adultos que lo rodean. Que lo dañan.

Vuelvo a hablar de la pederastia. Porque toca. Porque la pederastria sigue presente y porque es silenciosa a menos que se sepa escuchar lo que ese silencio de los niños quiere decir.

El lenguaje infantil es más de acciones que de verbo. La palabra es idioma adulto. Los niños también cuentan pero valiéndose de otros elementos: Con sus juegos. Con sus dibujos. Con su conducta.

El niño dice. No podría no hacerlo. Y el acento recae entonces en el adulto que debe saber escuchar e interpretar el mensaje.

Después de haberlo dicho por fin, de haber mostrado su dolor y su malestar con los juguetes, con el papel y con su hacer, ese niño herido  podrá ya acceder a la oralidad para contar y elaborar.

Entonces es necesario un adulto que le ayude a verbalizar todo aquello que siente y que lo desborda. Que le ponga nombres, que lo provea de palabras para decir su rabia, su confusión, su miedo, su irritación.

Y que lo proteja. Y que se encargue de castigar al culpable. Y que garantice que la pesadilla ha finalizado.

Lo peor de la pederastia es que suele ser ejecutada por alguien cercano al niño: Un vecino. Un profesor. Un amigo. Un abuelo. Un tío. Un padre. Alguien con quien el niño tiene una buena relación. Alguien de quien espera recibir amor.

Por eso, un elemento que suele aparecer en las producciones de los niños abusados es el doble. Uno que son dos. Dos que son uno. Una mitad que es buena y todo aquello que el niño necesita y desea de esa persona cercana. Otra donde el niño deposita todo lo malo que esa persona también es.

El doble es producto de la angustia.  Porque lo malo, la agresión, la violencia, ocurren. Pero provienen de alguien amado también. Y los elementos malos pueden destruir a los buenos si aparecen en la misma figura. Así, inventarse un otro, sombra del primero, es una solución tranquilizadora. Esa separación calma porque permite mantener al bueno y no negar lo malo.

El abuso es angustia y miedo. Nada más intranquilizador que saber que tu enemigo está cerca y que puede repetir su abuso en cualquier momento. Como si una mujer violada tuviera que convivir con su violador y hacer vida normal con él y no decirlo (que también pasa, por supuesto) con el agravante de que el niño, a diferencia de la mujer adulta, carece de los mínimos recursos para sobrevivir y ocuparse de si mismo.

La pederastia se sostiene en el silencio. Por eso, la mejor manera de combatirla es haciendo ruido. Hablando de ella. Informándose sobre ella. Y esa es una labor de adultos.

Desde ahí,  hoy apelo a la literatura. Que es otra manera de nombrar el quehacer humano.

Antón Castro, en su blog, colgó un cuento de Nicolás Melini sobre la pederastia. No sólo la narración es perfecta. También lo es el título del relato:  Malestar
Escrito por Esther Roperti