A mediados del mes pasado, Catherine Zeta-Jones reconocía públicamente padecer un trastorno bipolar. La noticia fue recogida inmediatamente por los medios. Por ejemplo, en BBC Mundo se resaltaba la búsqueda de ayuda por parte de la actriz como una sana disposición por su parte. Después de ella, Demi Lovato (la estrella Disney) también declaraba sufrir el mismo padecimiento mental.
Podrían parecer éstos unos gestos pequeños y triviales. Pero no. Porque en la actualidad, en pleno siglo XXI, la enfermedad mental continúa siendo un estigma. Y la búsqueda de ayuda especializada para el padecimiento mental, sigue siendo un asunto secreto en muchos sectores.
La vergüenza tiene aún hoy un papel preponderante cuando se trata de la psique. Y aunque el padecimiento emocional causa verdadero sufrimiento, mucho más pronunciado e incapacitante que ciertos problemas físicos, la actitud general hacia uno y otro es marcadamente diferente.
No es casual, por ejemplo, que en repetidas ocasiones se prolongue el acceso a la psicoterapia por la búsqueda de una raíz física para el malestar. Cardiopatías, trastornos tiroideos o patologías respiratorias suelen ser las primeras hipótesis a descartar por pacientes y médicos cuando hay claros síntomas de ansiedad (nerviosismo, insomnio, sudoración, mareos) y si bien es atinado hacer una criba de posibles problemas orgánicos, en ocasiones la insistencia por dar con una causa física inexistente que explique la sintomatología (pruebas y analíticas repetidas, paseos por los despachos de diferentes profesionales de la misma especialidad para cazar el error diagnóstico...) indican el deseo de que todo sea debido a un fallo del cuerpo y no de la mente.
No es azaroso que en el sistema sanitario para acceder a la psicoterapia haya que pasar primero por el vistobueno del psiquiatra (y me refiero tanto al caso de la sanidad pública como al funcionamiento de las compañías privadas de seguros) porque el psiquiatra es un médico y el psicólogo no. Es decir, en este simple ademán, se vuelve a observar la prevalencia de la consideración organicista.
No es producto tampoco de la simple casualidad que las sesiones de psicoterapia tengan una duración limitada y se organicen en una frecuencia insólita: cada mes o cada dos meses. Algo así como reconocer que la problemática no pasa por una intervención farmacéutica, y a la par, asignarle al tratamiento una validez no demasiado creíble.
Las víctimas de esta consideración de la enfermedad mental como un asunto de segunda categoría son sin duda alguna los propios pacientes y sus familiares. Y como es un hecho comprobado que mirar para otro lado no hace que las cosas dejen de existir, la falta de atención apropiada y a tiempo hace que muchas problemáticas se compliquen y se cronifiquen.
No es azaroso que en el sistema sanitario para acceder a la psicoterapia haya que pasar primero por el vistobueno del psiquiatra (y me refiero tanto al caso de la sanidad pública como al funcionamiento de las compañías privadas de seguros) porque el psiquiatra es un médico y el psicólogo no. Es decir, en este simple ademán, se vuelve a observar la prevalencia de la consideración organicista.
No es producto tampoco de la simple casualidad que las sesiones de psicoterapia tengan una duración limitada y se organicen en una frecuencia insólita: cada mes o cada dos meses. Algo así como reconocer que la problemática no pasa por una intervención farmacéutica, y a la par, asignarle al tratamiento una validez no demasiado creíble.
Las víctimas de esta consideración de la enfermedad mental como un asunto de segunda categoría son sin duda alguna los propios pacientes y sus familiares. Y como es un hecho comprobado que mirar para otro lado no hace que las cosas dejen de existir, la falta de atención apropiada y a tiempo hace que muchas problemáticas se compliquen y se cronifiquen.
Con este panorama, el gesto de Catherine Zeta-Jones es un ademán valiente. Un grano de arena para que la salud mental vaya ganado terreno como un tema fundamental para el ser humano.
Por eso, cierro este post tal y como lo abrí: ¡Bravo Catherine!
Escrito por Esther Roperti.