Lo mismo ocurre con las citas médicas: ya después del verano se verá a qué se debe ese dolor, esa fatiga, o se hará la analítica que nos aconsejó el doctor.
El verano es época de euforia, de decanso, de cerrar cosas, de olvidarse por unos días de la cotidianidad.
De ahí que también con los problemas emocionales se recurra al mismo mecanismo de la posposición.
Muchas veces, sin embargo, más que posponer, (algo que es explicable por el largo año de trabajo y esfuerzo) existe la idea de que con las vacaciones se resolverán mágicamente las problemáticas que un día nos llevaron a tocar la puerta de un psicoterapeuta. Es entonces cuando el período vacacional se vive como una "cura" de los malestares.
Pero por supuesto, como siempre, la realidad termina imponiéndose: resulta que no es nuestra casa de siempre la culpable del insomnio; ni el estrés del trabajo la causa de las dificultades de pareja; ni el aburrimiento de la rutina la productora de la depresión.
El malestar viaja con nosotros, conoce desde nuestros ojos los nuevos paisajes, sube y baja de aviones y trenes, recibe baños de sol y mar. Y persiste.
Si fuese real esa fantasía mágica, la psicoterapia simplemente aconsejaría mudarse, viajar, distraerse, ir al cine y al teatro.
Pero la solución no está ahí. Está en nuestro interior, y es en el trabajo con esa interioridad cuando la mejoría alumbrará en nosotros.
Por eso al acabar el verano las consultas vuelven a llenarse.
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