En el espacio psicoterapéutico se escuchan muchas frases que parecen repetirse. Una de ellas tiene que ver con una supuesta equiparación entre los hombres, y entre las mujeres.
Me refiero al consabido "todos los hombres son iguales", o a la trillada "ya se sabe cómo son las mujeres".
Lo curioso es que, en cada hablante, la frase se llena con contenidos disímiles.
En algún caso, la categorización masculina se dirige a que todos son violentos, o infieles, o babosos, o machistas, o indecisos, o mandones, o distantes, o... Las opciones se multiplican hasta el infinito.
En otros labios, la similitud femenina significa que todas las mujeres son controladoras, o sensibles, o blandas, o invasivas, o mentirosas, o cobardes, o... De nuevo un sinfín de características excluyentes entre sí.
Ser psicoterapeuta permite tener una tribuna donde escuchar lo más íntimo de las personas. Sin tapujos, con sinceridad. Y este quehacer permite desmontar todos estos prejuicios, porque en lo que cada quien cuenta, en la historia pasada y reciente de los individuos, se puede ver que hay hombres pacíficos, fieles, cercanos, débiles...
Que existen mujeres duras, respetuosas, sinceras, valientes...
Pero es real que cuando cada hablante usa la dichosa frase, ésta se sostiene en su particular experiencia, donde todos los hombres de su vida han sido violentos, o infieles. Igual en el caso contrario, todas las mujeres protagónicas han sido invasivas, o mentirosas.
Parece que la frase, entonces, está cortada, que se ha silenciado un trozo: "Todos los hombres son iguales...
a mi padre". "Ya se sabe cómo son las mujeres...
como mi madre".
Esa es la verdadera equiparación, comprobar que siempre que se elije, se busca repetir la figura del hombre o de la mujer tal y como se vivieron en la infancia.
Al final, la frase a medias, sin cursivas, es tranquilizadora. Porque exculpa.
No es que mi madre me haya invadido hasta la asfixia, o que me haya controlado hasta el punto de dejarme sin herramientas para hacerme con la vida. Es que todas son así.
No es que mi padre, con su violencia, me haya dañado; o que con su distancia me haya hecho sentir excluido. Es que todos son así.
Poder dar con una pareja diferente, que no repita hasta la extenuación un modelo que nos hace perpetuar el sufrimiento, pasa por reconocer a los padres en sus miserias.
De eso, precisamente, va la psicoterapia.
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