Una duda común en todo tratamiento del padecer mental es cuándo recurrir a la medicación psiquiátrica. Depresión, ansiedad, psicosis son casos diferentes que pueden sostenerse con medicamentos específicos.
Cada profesional tiene una posición propia: desde el psiquiatra que receta lexatín o prozac sin resistencias, hasta el psicoterapeuta que se opone rotundamente a usar ningún sostén psicofarmacológico.
También los pacientes tienen diferentes posturas.
Por un lado, quienes no quieren usarlas sostienen toda una serie de fantasías en torno a la adicción, o en relación a que tomar medicación significa estar loco.
En el extremo opuesto se ubican quienes entienden los medicamentos como sustituto emocional y elemento de control externo, para no sentir, para funcionar.
La medicación es una opción, irrevatible en algunos casos como en la psicosis, cuando se convierte en organizador mínimo para poder hacerse cargo de la vida. Pero una alternativa más en otros padeceres, como la ansiedad.
Mi postura está centrada en el alcance del padecer: si alguien no se puede hacer cargo de sí mismo, si el sufrimiento amenaza con revasar el aguante del vivir, es una opción válida y necesaria.
Pero lo que se escapa de mi comprensión es el uso de la medicación como paliativo del normal sentido emocional de la experiencia vital.
El caso más frecuente es la experiencia de duelo. ¿Se puede esperar que alguien que ha perdido un ser querido no llore, no se sienta confuso, no sufra? Pues aunque la respuesta es obvia, no faltan los especialistas que en estos casos recetan tranquilizantes, antidepresivos, pastillas que amortiguan el impacto de la experiencia, de forma que lo único que se logra es posponer el malestar, alargarlo. Porque el duelo requiere un tránsito para hacerse con la vida desde una postura que acepte y se adapte a la falta del otro, y para llegar allí, después de un largo período de tiempo, es necesario llorar la pérdida, sentir el espacio vacío que dejó el otro al desaparecer, desesperarse, es decir, elaborar.
Los seres humanos somos sujetos racionales, pero también emocionales. Experimentar dolor, rabia, nerviosismo, forma parte del acaecer. Todos, alguna vez nos sentimos perdidos, revueltos, tocados, cuando la realidad nos golpea con elementos negativos.
El tratamiento no puede limitarse a hacer que el dolor desaparezca, sino que debe dirigirse a aceptar el sufrimiento, explorar las razones que lo sostienen y sobrevivir a él, porque la vida repite en los golpes, y la salud pasa también por resonar ante el malestar.
El asunto de si es apropiado o no de recetar tranquilizantes en caso como el del duelo,es difícil de dictaminar porque de acuerdo a las características de cada persona puede darse el caso de que si lo requiera. LOLI.
ResponderEliminarYo creo que tendría que ser una situaión límite, que atente realmente contra la integridad personal (que son las menos frecuentes), porque en general, un duelo pasa por estados profundos que necesitan salir, sentirse y expresarse para ser elaborados.
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