Según esta idea, el psicólogo es un loquero, y todo el que acceda a su órbita, está mal de la cabeza.
Atravesados por este prejuicio, muchos pacientes no cuentan en su entorno que asisten a terapia, aunque lleven años recibiendo tratamiento. Otros apenas se lo han dicho a sus seres más cercanos, y hay quienes incluso ponen a prueba a sus amigos y familiares para prever cómo reaccionarán si se lo cuentan.
Hay quienes se sorprenden, porque descubren que mucha más gente de la que creían, también son pacientes de psicoterapia, aunque, al igual que ellos, lo mantenían en secreto.
Lo peor es que a veces, por este creencia errónea, se pospone la búsqueda de medidas para paliar el sufrimiento, y el proyecto vital se trunca, marcado por distintos síntomas.
Y lo que ocurre es exactamente lo contrario: ser capaz de reconocer que se sufre, darse cuenta de que el malestar no se aplacará por sí solo, estar dispuesto a aceptar que no se puede cargar de forma solitaria con el dolor, y buscar ayuda psicoterapéutica, son síntomas de sabiduría.
Ademas, el prejuicio es fácilmente desmontable: Los locos no suelen buscar ayuda por su propia decisión.
Sólo quién tiene un rasgo de salud es capaz de hacerse cargo de sí mismo.
Tengo un hermano esquizofrénico y en casa sabemos que cada vez que tiene una recaída él se niega a ser ingresado y debemos llevarlo en contra de su voluntad. Yo que he quedado tocada por sus crisis he buscado voluntariamente la ayuda. Estoy de acuerdo con lo que dices.
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