La violencia no es simplemente una conducta, una respuesta emocional o una suerte de impulso irrefrenable frente al cual el sujeto no tiene ningún control. Por el contrario, se trata de una estrategia psicológica usualmente aprendida que el sujeto emplea intencionadamente para alcanzar un fin determinado, y que puede llegar a constituirse en una forma de vinculación con los otros. Esto se hace aun más patente en las manifestaciones de las que hablamos: la actuación violenta tiene lugar en espacios íntimos como el hogar o la escuela y la violencia proviene de alguien con el que se mantiene una relación afectiva estrecha, o de alguien de quien al menos se espera compañerismo o solidaridad.
En estos casos, solemos encontrar que el sujeto que sufre este tipo de violencia permanece en silencio, atrapado en una situación de indefensión, de vulnerabilidad, de profunda soledad en relación a su dolor, sintiendo un temor abrumador y paralizante. Existe una gran dificultad para romper con la situación de maltrato pues se depende emocionalmente del agresor, llegando al extremo de naturalizar el ambiente de violencia en el que se vive.
Justamente si algo debemos evitar como sociedad es la naturalización de la violencia. Es preciso no tener una posición de espectador sino una posición activa, que asegure la apertura de los espacios necesarios y suficientes para hablar de la violencia dando cabida a la reflexión, al encuentro, la mediación y la búsqueda de alternativas
Pienso que la televisión, con sus imágenes cada vez mas crudas (bajo el supuesto de que debemos estar BIEN INFORMADOS) han contribuido a ver cada vez más la violencia como algo natural
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