Hace uno días, la población se escandalizaba con la noticia de un niño fumador de 2 años de edad. Su imagen, la de un pequeño con juguetes y cigarrillo, recorría el mundo mostrándonos una instantánea terrible de lo monstruoso.
Este mismo efecto se evoca en la película Pequeña miss sunshine, donde aparecen niñas concursantes disfrazadas de mujeres, en una caricatura grotesca en la que los cuerpos desprenden una carga de sexualidad y banalidad que rechina.
¿Otra imagen? la de los niños-soldados, pequeños sosteniendo un fusil verdadero.
Siempre que se conjuga la infancia con un acto adulto, aparece lo monstruoso.
Hablamos entonces de infancias rotas. Pero ¿quién o quiénes sostienen el mazo que destroza?
En el caso de niño fumador, la prensa recogía las palabras del padre, que se quejaba de su tragedia: tener que gastar 4 dólares diarios para pagar el consumo del pequeño. De eso hablaba, del dinero.
En el caso de las niñas participantes en concursos de belleza, con tacones y maquillaje, atrás se vislumbra la imagen de unas madres cacareantes.
Los niños-soldados provienen de lugares en los que los padres no están o no ejercen.
La infancia es un período de construcción. Es entonces cuando se estructura lo que seremos. Y es una tarea compleja. Por eso es indispensable que existan unos adultos que se hagan cargo, que garanticen la supervivencia, que cuiden, que protejan, que permitan al niño ser niño.
El mazo que destroza siempre es sostenido por una mano adulta. Mano que no cuida, que no sostiene, que no protege.
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